¡Doctor, me enfermé de videoreunión!

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Estás en una reunión pero al frente no hay nadie. No es la oficina, ni la sala de reunión de la universidad y tampoco es una sala de clases. Ahí, a escasos centímetros hay una pantalla y adentro la imagen plana de tus colegas, su voz y su información. Ese video es el reemplazo del trabajo de coordinación personal, ese en el que miras y lees los gestos y los entiendes como señales de aprobación, rechazo o simpatía. 

Claramente, te angustias y mucho más cuando te das cuenta que la cuarentena se extiende, parece interminable y te inmoviliza. 

Las videollamadas son una solución para establecer contacto laboral o social, pero que carece de muchas de las características básicas de la comunicación interpersonal.  El doctor Paul Penn de la Facultad de Psicología de la Universidad de East London, en Reino Unido popularizó el tema afirmando que existe el cansancio por videoconferencia. Penn señala que uno de los principales problemas que causa este tipo de comunicación es que puede volverse tediosa ante la ausencia de señales no verbales, como expresiones faciales, gesticulación, mirada, que por lo común están distorsionadas o ausentes, dificultando aún más la comunicación.

Nos relacionamos con los cinco sentidos, pero en este tipo de relación social a distancia estamos usando principalmente dos: oído y vista. Es más estamos sub-utilizando la vista porque estamos habituados a un mundo en tres dimensiones y la pantalla nos entrega dos dimensiones, colores deslavados. En síntesis, una protocopia de la realidad, una imagen arreal.  Aristóteles diría que no alcanza ni siquiera´para imagen segunda.

Pilar Martínez, psicóloga y magíster en psicoterapia Integrativa, agrega que la falta de contacto con otros seres humanos puede aumentar la lista de alteraciones mentales que afectan a los chilenos. “Somos animales sociales que necesitan de contacto con otros. Y este momento sólo nos ofrece un contacto falseado e indirecto que produce un desenganche con la realidad”, dice la especialista.

Los neurólogos dicen que hay “hambre de piel”, que es la necesidad del toque humano. La razón por la que los recién nacidos son puestos en el pecho de sus madres. “El aislamiento también es una tortura”, destaca la psicóloga. 

Cuando reconocemos el toque, se estimula la producción de hormonas que relajan, como la oxitocina. Sin contacto los animales humanos se deterioran física y emocionalmente. Así nos adaptamos para vivir en sociedad; para necesitar a los otros; para sobrevivir a un mundo que nos ataca con el clima, las catástrofes y las enfermedades. 

Nos podemos adaptar a este nuevo cambio, sí; los humanos nos hemos adaptado a grandes transformaciones ambientales. 

Lo haremos de un día para otro, no; cada una de las adaptaciones han sido el producto de un proceso complejo y extenso en el tiempo.

Entonces, hay que mantener la calma, entender el momento y dejar que nuestra mente se acostumbre a las nuevas situaciones. La pantalla no es la realidad, pero mientras haya contagio fuera de la casa, esa ventana tecnológica es la mejor copia posible.


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